martes, 15 de septiembre de 2020

El genial humorista Miguel Gila trabajó de fresador en la Factoría de Construcciones Aeronáuticas de Getafe.


Fue al principio de los años 40 después de haber estado encarcelado en tres cárceles franquistas. Ingresó en C.A.S.A. – Getafe aunque por poco tiempo según leemos en su propia crónica:

Mi tía Palmira, casada con mi tío Antonio, tenía un hermano, que era, sin ninguna duda, aparte de un gran piloto en acrobacia aérea, el mejor mecánico de aviación que había en España, Mariano Perea. Tan buen mecánico que como durante la guerra había sido coronel en jefe de la base de "hidros" de Cartagena, fue condenado a pena de muerte, pero por su gran calidad como mecánico le conmutaron la pena de muerte, a condición de que se hiciera cargo de Construcciones Aeronáuticas. (Era tan buen mecánico que cuando el Plus Ultra en su viaje hacia Buenos Aires tuvo una avería en Portugal fue Mariano Perea quien se tuvo que desplazar, porque Rada, que figuraba como mecánico, no tenía ni idea de cómo reparar aquella avería. Lo hizo Mariano Perea, pero como tantas otras cosas de nuestra historia, esto nunca se contó). Por supuesto, tenía que presentarse a la Guardia Civil cada quince días y no tenía pasaporte. Me puse en contacto con él y me explicó que para entrar a trabajar en esta empresa, que pertenecía al Estado, era imprescindible acompañar la solicitud con un certificado de buena conducta extendido por la Guardia Civil. Por supuesto que ni se me pasó por la cabeza solicitar el certificado, sabiendo que mi paso por las prisiones constaba en los ficheros; pero por otra parte, no quería renunciar a esta oportunidad que se me brindaba de trabajar al lado de Mariano Perea y salir del acoso a que me tenía sometido el tal Amadeo. Uno de mis compañeros de trabajo, de apodo El Tiralíneas por su gran habilidad en el dibujo, me dio la solución, que aunque arriesgada era la única posible. Fui al cuartel de la Guardia Civil y pedí un impreso de certificado de buena conducta, se lo llevé a El Tiralíneas, le pedimos a Vargas, otro compañero nuestro que tenía un certificado auténtico con el que pensaba ingresar en la Marconi, que nos lo prestara por un par de horas. El Tiralíneas lo puso delante de él y con un lápiz de aquellos llamados de tinta, muy bien afilado, hizo una falsificación exacta del sello de la Guardia Civil, luego colocó encima un pañuelo húmedo, falsificó la firma y solamente un gran experto hubiera podido distinguir entre uno y otro certificado. Creo que es muy importante señalar que El Tiralíneas tenía un solo ojo, el otro lo había perdido en el taller, en una de aquellas bromas que se acostumbraban a gastar: se estaban tirando virutas de hierro y por evitar que le dieran agachó la cabeza, con tan mala suerte que se clavó en el ojo derecho una broca que estaba puesta en un taladro. En este momento, cuando escribo esto, quisiera recordar el nombre de aquel habilidoso muchacho que hizo aquello por mí, pero la costumbre de llamar a los compañeros por su apodo y los años transcurridos lo hacen imposible. Desde estas páginas quiero darle las gracias por lo que hizo. Aunque en Construcciones Aeronáuticas pretendieron asignarme la categoría de aprendiz de cuarto grado, que era la que tenía al comienzo de la guerra, como durante el tiempo que estuve en Boetticher y Navarro me había interesado en aprender, observando y preguntando a los mejores profesionales, me sentía capacitado para ser más que un aprendiz de cuarto grado, y exigí una prueba como especialista de primera. Me pusieron la que entonces era la más complicada: hacer un piñón helicoidal. Me salió perfecto y en mucho menos tiempo del que me habían dado para terminarlo. El trabajo en Construcciones Aeronáuticas era muy duro, no por las ocho horas de la jornada, sino por el desplazamiento diario. Para llegar a la estación de Atocha, de donde salía el tren para Getafe, me tenía que levantar a las cinco y media, mal desayunar y caminar hasta la glorieta de la Iglesia, coger el primer metro que pasaba a las 6.20, bajar en Atocha y coger el tren que nos llevaba hasta la estación de Getafe, desde donde había que andar más de un kilómetro para llegar a los talleres. El regreso suponía el mismo recorrido, a la inversa. El resultado era que cuando llegaba por la tarde -ya de noche en invierno- a mi casa, el cansancio y el sueño me tenían destruido. Pero trabajar en aquellos talleres que pertenecían al Estado tenía algunas ventajas que no tenían en otros talleres privados: nos daban cada semana diez kilos de patatas que en mi casa se hervían con tomates y algunos boquerones y nos servían para, durante algunas noches, salir de la rutina de los chicharros, las gachas de harina de almortas, el puré de San Antonio y los boniatos, que eran el plato del día de los españoles de familia humilde. Los sábados por la tarde, que hacíamos semana inglesa y no se trabajaba, me compraba un pan de higo de cuarto kilo, almendras, pipas, bellotas y castañas pilongas, y con todo ese arsenal de alimentos extraños me metía en el cine Chueca, donde ponían cinco películas, lo que significaba entrar en el cine a las tres de la tarde y salir a las diez de la noche. Los domingos con la bicicleta y los amigos, a dar la vuelta al Hoyo de Manzanares o a subir el puerto de la Morcuera y por las tardes a bailar, al Barceló o al Metropolitano, y el lunes de nuevo a Getafe. Y otra vez el madrugón y otra vez el metro y otra vez el tren. Aunque el trabajo resultaba molesto por el obligado, largo y pesado viaje diario, el estar al lado de Mariano Perea me compensaba, ya que gracias a su ayuda yo estaba cada día más capacitado para llegar a ser un mecánico de primera, con la posibilidad de elegir más adelante el lugar de trabajo y hasta exigir un sueldo que me permitiera ayudar a mis abuelos, y lo más importante, recuperar los tres años perdidos durante la guerra. Aquello fue solamente otro intento frustrado de rehacer mi vida. En 1940, el Gobierno dicta una ley en virtud de la cual, las mujeres cuya edad esté comprendida entre los diecisiete y los treinta y cinco años tienen que cumplir seis meses de servicio social obligatorio, so pena de no poder acceder a ningún cargo público, no poder salir al extranjero ni presentarse a ninguna oposición, y los jóvenes que no han combatido en las filas del ejército nacional tienen que trabajar seis meses sin ningún tipo de remuneración o salario, para reconstruir la "España, Una, Grande y Libre", que se grita en cada acto público. Como al presentarme declaré que durante la guerra había sido chófer de la DECA y me cuidé de no mencionar mi primer año de guerra, en el que había combatido en el 5º Regimiento a las órdenes de Líster, ni que cuando estábamos a punto de caer prisioneros de los moros rompí mi carnet de las Juventudes Socialistas, lo único valioso que podía aportar para el cumplimiento de los seis meses de trabajo, impuestos por el mencionado decreto, eran mis cualidades como mecánico y chófer.
Se cumplieron los seis meses de castigo y de nuevo al trabajo. Pero como la vez anterior, por poco tiempo. Franco quería reunir un ejército numeroso porque estaba dudando si entrar en la guerra mundial o no, sobre todo tras la victoriosa guerra relámpago alemana y la declaración de guerra de Mussolini a Francia y Gran Bretaña. Franco y sus ministros estaban entusiasmados y ansiaban entrar en la guerra. Tanto era así que el ministro Vigón viajó a Berlín con una carta de Franco a Hitler en la que el general se comprometía a entrar en la guerra a cambio de que Hitler le concediera la anexión del Oranesado de Argelia más la expansión en el Sahara, la incorporación de todo Marruecos y la absorción del Gabón francés por la Guinea española. Para contar con ese ejército numeroso, llamó a filas a varias quintas, a las que denominaron cariñosamente de "zona liberada", entre ellas la del 40, a la que yo pertenecía. Me llegó una citación ordenándome que me presentara en la caja de reclutas del paseo del Pacífico para el sorteo. Me tocó el Regimiento de Infantería Toledo. Eso de Toledo me sonó bien, no estaría muy lejos de mi casa; pero las denominaciones militares son tan insólitas que el Regimiento de Infantería Toledo no estaba en Toledo, estaba en Zamora. Algo así como si la torre inclinada de Pisa estuviera en Burgos. Yo no tenía la menor idea de en qué lugar de España estaba Zamora. La busqué en un mapa y la encontré. Por suerte, los cartógrafos no se parecen a los militares y cuando hacen un mapa ponen las ciudades donde deben estar. Cuatro días después del sorteo nos metieron en un mercancías como si fuésemos ganado y nos llevaron a Zamora. En el cuartel no había camas, solamente unos caballetes de hierro con unas tablas alargadas y sobre esas tablas unas delgadas colchonetas y una manta.
Así lo relata en su libro autobiográfico <Y entonces nací yo> (Editorial Temas de Hoy, 1995). Sin embargo, consultando otros libros, algunas fechas no concuerdan pues al parecer salió de la cárcel en 1942 después de tres años prisionero y a los pocos meses lo obligaron al servicio militar durante cuatro años. Hay otro dato que no aparece explícitamente en dicho libro pero que Él mismo ha comentado en entrevistas cuando se refiere a su orgullo profesional ya que no aceptó ingresar de aprendiz porque tenía suficiente profesionalidad a la edad de 27 años, de lo cuál se deduce que pudo ser en 1946 la fecha del examen y que durante la mili en Zamora también trabajó de fresador. Teniendo en cuenta que desde finales de 1939 se estaba recomponiendo la factoría de Getafe porque durante la guerra había sido trasladada a Reus (Tarragona), en aquellos primeros años de la década del 40 Gila pudo entrar con más facilidad falsificando el “certificado de buena conducta” ya que CASA necesitaba trabajadores. En 1946 Miguel tenía la edad de 27 años y vivía muy precariamente ganando muy poco dinero con sus colaboraciones en revistas y emisoras de radio, tuvo que trasladarse desde Zamora a Madrid y, por otro lado, en CASA-Getafe necesitaban operarios cualificados por lo cuál tuvo que superar un examen práctico de fresador. Y, hasta 1951 que debutó en el madrileño teatro Fontalba no consiguió dedicarse por entero a su vocación humorística y vivir de ella.
Titulo de la entrevista en la revista MUNDO OBRERO


Fragmentos de la entrevista (27 de Septiembre de 1986)

Sobre Gila se han editado 16 libros de los cuales 10 son de autoría personal, en ellos se recogen una variedad de vivencias desde que era un niño travieso y ocurrente que permiten comprender la influencia de esa vida tan intensa en su abundante repertorio humorístico.
Miguel nació en una familia muy pobre después de morir su padre y pasaron muchas penurias para subsistir. Siempre fue leal a su clase social defendiendo a los más pobres y a los más débiles.
En 1921 con su madre a la que llamaba Jesusa

Con su abuela Manuela Reyes en 1925

En los siguientes apartados destaco algunos datos de su trayectoria vital.
La importancia de las Escuelas de Aprendices.- Con 14 años ingresó de aprendiz en la empresa metalúrgica Boeitticher y Navarro con más de 1.000 trabajadores en 1933. Aquella experiencia lo marcó para siempre profesionalmente y humanamente. Aprendió el oficio de fresador, se afilió a la UGT, participó en movilizaciones, militó en las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas)…desarrolló su conciencia de clase y por ello siempre decía que para la formación integral de los jóvenes obreros las escuelas de aprendices son el pilar fundamental.
Se alistó en el 5º Regimiento.- Al producirse la sublevación fascista en Julio de 1936, junto a centenares de compañeros de la empresa donde trabajaba se incorporó voluntariamente a los milicianos y empuñó el fusil para defender a la República. Dentro del 5º Regimiento formó parte del Batallón Pasionaria y participó en la defensa de Madrid y otras celebres batallas de la guerra.



Lo fusilaron mal.- El 6 de Diciembre de 1938 en El Viso de Los Pedroches (Córdoba) fue apresado por los mercenarios moros que mandaba el general golpista Yagüe y sin juicio ni condena lo fusilaron junto a otros prisioneros. Tuvo la suerte de que los moros estaban borrachos bebiendo vino y comiendo gallinas que habían requisado en casa de unos campesinos, estaba anocheciendo con una lluvia intensa y mucho frío y tampoco les dieron el tiro de gracia. A Miguel no le impactó ningún disparo por lo que pudo escapar cargando con uno de los heridos.
Estuvo encarcelado.- Tras la huida de nuevo fue apresado y estuvo cinco meses en un campo de concentración en Valsequillo sometido a trabajar como un esclavo en obras de rehabilitación de las vías férreas en la provincia de Córdoba; después recorrió tres prisiones distintas: Yeserías, Carabanchel y Torrijos; en ésta conoció personalmente al poeta Miguel Hernández y su recuerdo lo acompañó toda la vida. Aquel encuentro le motivó –años después- a escribir algunas poesías.



4 años de servicio militar obligatorio en el ejército franquista.- Pocos meses después de estar trabajando en CASA-Getafe lo obligaron a hacer la mili durante cuatro años en Zamora. Estuvo de Chófer y aprovechó el tiempo dibujando viñetas e ingeniando monólogos humorísticos que enviaba a revistas y emisoras de radio. Además fuera del cuartel trabajaba de fresador en un taller.
Viñetas de trazo simple pero mensaje profundo.- En ellas se refleja el talento de un gran humorista gráfico. Tuvieron cabida en las principales revistas del género: La Codorniz, Cu-Cú, DDT, Hermano Lobo,…entre otras y compartió páginas con los mejores de su tiempo.
La singularidad de su humor inteligente.- Alguien dijo que Gila era un sabio disfrazado de paleto y era cierto puesto que supo arrancar carcajadas hablando de la guerra, las desgracias, el hambre y la opresión con sencillez componiendo escenas absurdas y surrealistas incluso en los años de la postguerra.
El teléfono.- Gila fue uno de los pioneros de los monólogos y la experiencia que tuvo previamente de actuar en formato a dúo (con Jose Luis Ozores, Tony Leblanc, Mary Santpere, etc.) no le facilitaba transmitir sus mensajes íntegramente por lo que ingeniosamente incorporó el teléfono para conseguir actuando solo su humor más peculiar.
La camisa roja.- En una ocasión mientras se divertía con sus amigos después de una actuación pasaron unos falangistas que le humillaron y le rompieron la camisa que vestía por ser de color rojo. Ya en democracia como respuesta a aquella vejación se la ponía como parte de su “uniforme” para actuar ante el público.
Se autoexilió en 1968.- A causa de un cúmulo de adversidades: deudas económicas, desahuciado, obstáculos legales para su relación amorosa y el hartazgo de la censura franquista se fue a Latinoamérica y vivió 16 años en Argentina. Regresó definitivamente a España en 1985.
Con su mujer María Dolores Cabo


Reivindicaba la Memoria Histórica.- Cuando regresó a España expresó su frustración y su melancolía por la ausencia de ideología social en la sociedad, el pasotismo juvenil y el exacerbado interés por el dinero. Siempre decía que hay una deuda pendiente con la gente que fue asesinada injustamente, con los que pasaron hambre, miseria, calamidades…y tuvieron que afrontar enormes sacrificios para subsistir.
Proclamó su defensa de La República y defendió hasta el final de su vida las ideas progresistas y de izquierdas. Le molestaba mucho que en la ficha policial se le tildara de “desafecto al régimen” en vez de decir claramente que era republicano y de izquierdas.
Estos son algunos de los aspectos destacables de Miguel Gila Cuesta que nació el 12 de Marzo de 1919 en Madrid y murió de una enfermedad pulmonar el 13 de Julio de 2001 en Barcelona, a la edad de 82 años.










































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