Fue
al principio de los años 40 después de haber estado encarcelado en tres
cárceles franquistas. Ingresó en C.A.S.A. – Getafe aunque por poco tiempo según
leemos en su propia crónica:
Mi tía Palmira, casada con mi tío
Antonio, tenía un hermano, que era, sin ninguna duda, aparte de un gran piloto
en acrobacia aérea, el mejor mecánico de aviación que había en España, Mariano
Perea. Tan buen mecánico que como durante la guerra había sido coronel en jefe
de la base de "hidros" de Cartagena, fue condenado a pena de muerte,
pero por su gran calidad como mecánico le conmutaron la pena de muerte, a
condición de que se hiciera cargo de Construcciones Aeronáuticas. (Era tan buen
mecánico que cuando el Plus Ultra en su viaje hacia Buenos Aires tuvo una
avería en Portugal fue Mariano Perea quien se tuvo que desplazar, porque Rada,
que figuraba como mecánico, no tenía ni idea de cómo reparar aquella avería. Lo
hizo Mariano Perea, pero como tantas otras cosas de nuestra historia, esto
nunca se contó). Por supuesto, tenía que presentarse a la Guardia Civil cada
quince días y no tenía pasaporte. Me puse en contacto con él y me explicó que
para entrar a trabajar en esta empresa, que pertenecía al Estado, era
imprescindible acompañar la solicitud con un certificado de buena conducta
extendido por la Guardia Civil. Por supuesto que ni se me pasó por la cabeza
solicitar el certificado, sabiendo que mi paso por las prisiones constaba en
los ficheros; pero por otra parte, no quería renunciar a esta oportunidad que
se me brindaba de trabajar al lado de Mariano Perea y salir del acoso a que me
tenía sometido el tal Amadeo. Uno de mis compañeros de trabajo, de apodo El Tiralíneas
por su gran habilidad en el dibujo, me dio la solución, que aunque arriesgada
era la única posible. Fui al cuartel de la Guardia Civil y pedí un impreso de
certificado de buena conducta, se lo llevé a El Tiralíneas, le pedimos a
Vargas, otro compañero nuestro que tenía un certificado auténtico con el que
pensaba ingresar en la Marconi, que nos lo prestara por un par de horas. El
Tiralíneas lo puso delante de él y con un lápiz de aquellos llamados de tinta,
muy bien afilado, hizo una falsificación exacta del sello de la Guardia Civil,
luego colocó encima un pañuelo húmedo, falsificó la firma y solamente un gran
experto hubiera podido distinguir entre uno y otro certificado. Creo que es muy
importante señalar que El Tiralíneas tenía un solo ojo, el otro lo había
perdido en el taller, en una de aquellas bromas que se acostumbraban a gastar:
se estaban tirando virutas de hierro y por evitar que le dieran agachó la
cabeza, con tan mala suerte que se clavó en el ojo derecho una broca que estaba
puesta en un taladro. En este momento, cuando escribo esto, quisiera recordar
el nombre de aquel habilidoso muchacho que hizo aquello por mí, pero la
costumbre de llamar a los compañeros por su apodo y los años transcurridos lo
hacen imposible. Desde estas páginas quiero darle las gracias por lo que hizo.
Aunque en Construcciones Aeronáuticas pretendieron asignarme la categoría de
aprendiz de cuarto grado, que era la que tenía al comienzo de la guerra, como
durante el tiempo que estuve en Boetticher y Navarro me había interesado en
aprender, observando y preguntando a los mejores profesionales, me sentía
capacitado para ser más que un aprendiz de cuarto grado, y exigí una prueba
como especialista de primera. Me pusieron la que entonces era la más
complicada: hacer un piñón helicoidal. Me salió perfecto y en mucho menos
tiempo del que me habían dado para terminarlo. El trabajo en Construcciones
Aeronáuticas era muy duro, no por las ocho horas de la jornada, sino por el
desplazamiento diario. Para llegar a la estación de Atocha, de donde salía el
tren para Getafe, me tenía que levantar a las cinco y media, mal desayunar y
caminar hasta la glorieta de la Iglesia, coger el primer metro que pasaba a las
6.20, bajar en Atocha y coger el tren que nos llevaba hasta la estación de Getafe,
desde donde había que andar más de un kilómetro para llegar a los talleres. El
regreso suponía el mismo recorrido, a la inversa. El resultado era que cuando
llegaba por la tarde -ya de noche en invierno- a mi casa, el cansancio y el
sueño me tenían destruido. Pero trabajar en aquellos talleres que pertenecían
al Estado tenía algunas ventajas que no tenían en otros talleres privados: nos
daban cada semana diez kilos de patatas que en mi casa se hervían con tomates y
algunos boquerones y nos servían para, durante algunas noches, salir de la
rutina de los chicharros, las gachas de harina de almortas, el puré de San
Antonio y los boniatos, que eran el plato del día de los españoles de familia
humilde. Los sábados por la tarde, que hacíamos semana inglesa y no se
trabajaba, me compraba un pan de higo de cuarto kilo, almendras, pipas,
bellotas y castañas pilongas, y con todo ese arsenal de alimentos extraños me
metía en el cine Chueca, donde ponían cinco películas, lo que significaba
entrar en el cine a las tres de la tarde y salir a las diez de la noche. Los
domingos con la bicicleta y los amigos, a dar la vuelta al Hoyo de Manzanares o
a subir el puerto de la Morcuera y por las tardes a bailar, al Barceló o al
Metropolitano, y el lunes de nuevo a Getafe. Y otra vez el madrugón y otra vez
el metro y otra vez el tren. Aunque el trabajo resultaba molesto por el
obligado, largo y pesado viaje diario, el estar al lado de Mariano Perea me
compensaba, ya que gracias a su ayuda yo estaba cada día más capacitado para
llegar a ser un mecánico de primera, con la posibilidad de elegir más adelante
el lugar de trabajo y hasta exigir un sueldo que me permitiera ayudar a mis
abuelos, y lo más importante, recuperar los tres años perdidos durante la
guerra. Aquello fue solamente otro intento frustrado de rehacer mi vida. En
1940, el Gobierno dicta una ley en virtud de la cual, las mujeres cuya edad
esté comprendida entre los diecisiete y los treinta y cinco años tienen que
cumplir seis meses de servicio social obligatorio, so pena de no poder acceder
a ningún cargo público, no poder salir al extranjero ni presentarse a ninguna
oposición, y los jóvenes que no han combatido en las filas del ejército
nacional tienen que trabajar seis meses sin ningún tipo de remuneración o salario,
para reconstruir la "España, Una, Grande y Libre", que se grita en
cada acto público. Como al presentarme declaré que durante la guerra había sido
chófer de la DECA y me cuidé de no mencionar mi primer año de guerra, en el que
había combatido en el 5º Regimiento a las órdenes de Líster, ni que cuando
estábamos a punto de caer prisioneros de los moros rompí mi carnet de las
Juventudes Socialistas, lo único valioso que podía aportar para el cumplimiento
de los seis meses de trabajo, impuestos por el mencionado decreto, eran mis
cualidades como mecánico y chófer.
Se cumplieron los seis meses de castigo
y de nuevo al trabajo. Pero como la vez anterior, por poco tiempo. Franco
quería reunir un ejército numeroso porque estaba dudando si entrar en la guerra
mundial o no, sobre todo tras la victoriosa guerra relámpago alemana y la
declaración de guerra de Mussolini a Francia y Gran Bretaña. Franco y sus
ministros estaban entusiasmados y ansiaban entrar en la guerra. Tanto era así
que el ministro Vigón viajó a Berlín con una carta de Franco a Hitler en la que
el general se comprometía a entrar en la guerra a cambio de que Hitler le
concediera la anexión del Oranesado de Argelia más la expansión en el Sahara,
la incorporación de todo Marruecos y la absorción del Gabón francés por la
Guinea española. Para contar con ese ejército numeroso, llamó a filas a varias
quintas, a las que denominaron cariñosamente de "zona liberada",
entre ellas la del 40, a la que yo pertenecía. Me llegó una citación
ordenándome que me presentara en la caja de reclutas del paseo del Pacífico
para el sorteo. Me tocó el Regimiento de Infantería Toledo. Eso de Toledo me
sonó bien, no estaría muy lejos de mi casa; pero las denominaciones militares
son tan insólitas que el Regimiento de Infantería Toledo no estaba en Toledo,
estaba en Zamora. Algo así como si la torre inclinada de Pisa estuviera en
Burgos. Yo no tenía la menor idea de en qué lugar de España estaba Zamora. La
busqué en un mapa y la encontré. Por suerte, los cartógrafos no se parecen a los
militares y cuando hacen un mapa ponen las ciudades donde deben estar. Cuatro
días después del sorteo nos metieron en un mercancías como si fuésemos ganado y
nos llevaron a Zamora. En el cuartel no había camas, solamente unos caballetes
de hierro con unas tablas alargadas y sobre esas tablas unas delgadas
colchonetas y una manta.
Así
lo relata en su libro autobiográfico <Y entonces nací yo> (Editorial
Temas de Hoy, 1995). Sin embargo, consultando otros libros, algunas fechas no
concuerdan pues al parecer salió de la cárcel en 1942 después de tres años
prisionero y a los pocos meses lo obligaron al servicio militar durante cuatro
años. Hay otro dato que no aparece explícitamente en dicho libro pero que Él
mismo ha comentado en entrevistas cuando se refiere a su orgullo profesional ya
que no aceptó ingresar de aprendiz porque tenía suficiente profesionalidad a la
edad de 27 años, de lo cuál se deduce que pudo ser en 1946 la fecha del examen
y que durante la mili en Zamora también trabajó de fresador. Teniendo en cuenta
que desde finales de 1939 se estaba recomponiendo la factoría de Getafe porque
durante la guerra había sido trasladada a Reus (Tarragona), en aquellos
primeros años de la década del 40 Gila pudo entrar con más facilidad
falsificando el “certificado de buena conducta” ya que CASA necesitaba
trabajadores. En 1946 Miguel tenía la edad de 27 años y vivía muy precariamente
ganando muy poco dinero con sus colaboraciones en revistas y emisoras de radio,
tuvo que trasladarse desde Zamora a Madrid y, por otro lado, en CASA-Getafe
necesitaban operarios cualificados por lo cuál tuvo que superar un examen
práctico de fresador. Y, hasta 1951 que debutó en el madrileño teatro Fontalba
no consiguió dedicarse por entero a su vocación humorística y vivir de ella.
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Titulo de la entrevista en la revista MUNDO OBRERO |
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Fragmentos de la entrevista (27 de Septiembre de 1986) |
Sobre
Gila se han editado 16 libros de los cuales 10 son de autoría personal, en
ellos se recogen una variedad de vivencias desde que era un niño travieso y
ocurrente que permiten comprender la influencia de esa vida tan intensa en su
abundante repertorio humorístico.
Miguel
nació en una familia muy pobre después de morir su padre y pasaron muchas
penurias para subsistir. Siempre fue leal a su clase social defendiendo a los
más pobres y a los más débiles.
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En 1921 con su madre a la que llamaba Jesusa |
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Con su abuela Manuela Reyes en 1925 |
En
los siguientes apartados destaco algunos datos de su trayectoria vital.
La importancia de las
Escuelas de Aprendices.- Con 14 años ingresó de
aprendiz en la empresa metalúrgica Boeitticher y Navarro con más de 1.000
trabajadores en 1933. Aquella experiencia lo marcó para siempre
profesionalmente y humanamente. Aprendió el oficio de fresador, se afilió a la
UGT, participó en movilizaciones, militó en las JSU (Juventudes Socialistas
Unificadas)…desarrolló su conciencia de clase y por ello siempre decía que para
la formación integral de los jóvenes obreros las escuelas de aprendices son el
pilar fundamental.
Se alistó en el 5º
Regimiento.- Al producirse la sublevación fascista en
Julio de 1936, junto a centenares de compañeros de la empresa donde trabajaba
se incorporó voluntariamente a los milicianos y empuñó el fusil para defender a
la República. Dentro del 5º Regimiento formó parte del Batallón Pasionaria y
participó en la defensa de Madrid y otras celebres batallas de la guerra.
Lo fusilaron mal.- El
6 de Diciembre de 1938 en El Viso de Los Pedroches (Córdoba) fue apresado por
los mercenarios moros que mandaba el general golpista Yagüe y sin juicio ni
condena lo fusilaron junto a otros prisioneros. Tuvo la suerte de que los moros
estaban borrachos bebiendo vino y comiendo gallinas que habían requisado en
casa de unos campesinos, estaba anocheciendo con una lluvia intensa y mucho
frío y tampoco les dieron el tiro de gracia. A Miguel no le impactó ningún
disparo por lo que pudo escapar cargando con uno de los heridos.
Estuvo encarcelado.-
Tras la huida de nuevo fue apresado y estuvo cinco meses en un campo de
concentración en Valsequillo sometido a trabajar como un esclavo en obras de
rehabilitación de las vías férreas en la provincia de Córdoba; después recorrió
tres prisiones distintas: Yeserías, Carabanchel y Torrijos; en ésta conoció
personalmente al poeta Miguel Hernández y su recuerdo lo acompañó toda la vida.
Aquel encuentro le motivó –años después- a escribir algunas poesías.
4 años de servicio militar
obligatorio en el ejército franquista.- Pocos meses después
de estar trabajando en CASA-Getafe lo obligaron a hacer la mili durante cuatro
años en Zamora. Estuvo de Chófer y aprovechó el tiempo dibujando viñetas e
ingeniando monólogos humorísticos que enviaba a revistas y emisoras de radio.
Además fuera del cuartel trabajaba de fresador en un taller.
Viñetas de trazo simple
pero mensaje profundo.- En ellas se refleja el talento de un
gran humorista gráfico. Tuvieron cabida en las principales revistas del género:
La Codorniz, Cu-Cú, DDT, Hermano Lobo,…entre otras y compartió páginas con los
mejores de su tiempo.
La singularidad de su humor
inteligente.- Alguien dijo que Gila era un sabio
disfrazado de paleto y era cierto puesto que supo arrancar carcajadas hablando
de la guerra, las desgracias, el hambre y la opresión con sencillez componiendo
escenas absurdas y surrealistas incluso en los años de la postguerra.
El teléfono.-
Gila fue uno de los pioneros de los monólogos y la experiencia que tuvo
previamente de actuar en formato a dúo (con Jose Luis Ozores, Tony Leblanc,
Mary Santpere, etc.) no le facilitaba transmitir sus mensajes íntegramente por
lo que ingeniosamente incorporó el teléfono para conseguir actuando solo su
humor más peculiar.
La camisa roja.- En
una ocasión mientras se divertía con sus amigos después de una actuación
pasaron unos falangistas que le humillaron y le rompieron la camisa que vestía
por ser de color rojo. Ya en democracia como respuesta a aquella vejación se la
ponía como parte de su “uniforme” para actuar ante el público.
Se autoexilió en 1968.- A
causa de un cúmulo de adversidades: deudas económicas, desahuciado, obstáculos
legales para su relación amorosa y el hartazgo de la censura franquista se fue
a Latinoamérica y vivió 16 años en Argentina. Regresó definitivamente a España
en 1985.
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Con su mujer María Dolores Cabo |
Reivindicaba la Memoria
Histórica.- Cuando regresó a España expresó su frustración
y su melancolía por la ausencia de ideología social en la sociedad, el
pasotismo juvenil y el exacerbado interés por el dinero. Siempre decía que hay
una deuda pendiente con la gente que fue asesinada injustamente, con los que
pasaron hambre, miseria, calamidades…y tuvieron que afrontar enormes
sacrificios para subsistir.
Proclamó
su defensa de La República y defendió hasta el final de su vida las ideas progresistas
y de izquierdas. Le molestaba mucho que en la ficha policial se le tildara de
“desafecto al régimen” en vez de decir claramente que era republicano y de
izquierdas.
Estos
son algunos de los aspectos destacables de Miguel Gila Cuesta que nació el 12
de Marzo de 1919 en Madrid y murió de una enfermedad pulmonar el 13 de Julio de
2001 en Barcelona, a la edad de 82 años.
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